Por: Ithan
Me considero muy afortunado de tener la mujer que tengo, ella, aun con sus 49 años de edad, es delicadamente hermosa, delgada, pompi poco sobre saliente pero que combina armoniosamente con las suaves curvas de su cuerpo, rostro atractivo, boca que invita al beso, pero su principal atractivo lo constituyen unos senos que son la admiración de los adanes y la envidia de las evas, son medianos, 34 d, se su número porque me encanta regalarle brassieres, por el morbo de comprárselos y luego ver lo espectacular que les quedan.
Nuestra relación comenzó hace cinco años, no tenemos hijos y aun cuando tenemos responsabilidades de trabajo, los fines de semana, especialmente, tenemos fiesta de sexo, el morbo, la intensidad, las locuras están siempre presentes en nuestra sexualidad. Lo disfrutamos a plenitud, no volcánico como éramos en nuestra juventud, pero no nos podemos quejar, al haber podido incorporado a nuestros años: experiencia, malicia, picardía, juegos, juguetes y sobre todo el uso del órgano sexual más prominente que tenemos los seres humanos, hombres y mujeres: El cerebro.
Si, nuestra imaginación es prolífica, y otro tanto a nuestro favor es que, en la actualidad no nos ocultamos nada en cuanto a nuestras fantasías y gustos. Inicialmente Elena, que así se llama mi mujer, era algo melindrosa en cuanto a demostraciones extravagantes, deseos y fantasías, pero tantos retozos juntos y la confianza brindada la hicieron más extrovertida y menos tímida. Se dio cuenta que acariciarse sus tetas, clítoris y su cuerpo en general, mientras estoy entre sus piernas saboreando su jugosa y delicada fruta de amor, le proporciona placer adicional e influye sobre mi morbo.
Una noche a eso de las 8 pm, después de bañarnos, ella y yo anduvimos por nuestro apartamento, situado en la planta baja del complejo residencial, portando solo toallas, ella se colocó con toda intención tras los ventanales de vidrios polarizados, estos dan a un pequeño jardín comunal. Yo me le acerque tomándola de la cintura y comencé a besarla suavemente y acariciando con mi lengua uno de sus puntos erógenos, como es su nuca, ella ronroneo deseosa, con delicadeza la despoje de la toalla, quedando completamente desnuda frente al ventanal, ella sabía que con las luces tenues era poco probable de que pudieran vernos a menos que algún vecino del complejo aguzara la vista. Sin embargo, nosotros si podríamos ver a cualquiera que se acercara. Ver a gente mientras nos acariciábamos o cogíamos nos resultaba excitante y no era la primera vez que lo hacíamos. Ella arqueó su cintura proyectando su bonito trasero, deslicé mi toalla, y mi barra ya erguida se incrustó entre sus nalgas, desde atrás mis manos atraparon sus ricos senos apretujándolos y acariciándolos suavemente, mis dedos índice y pulgar atraparon sus turgentes pezones pellizcándolos sutilmente, hice descender una de mis manos hasta mi caliente y parado miembro y lo dirigí a su horno de la entrepierna, ella las separó y flexionó arqueándolas además, tal movimiento hizo que sus senos se aplastaran contra el cristal, al igual que el lado derecho de su rostro, brindándose, su respiración se hizo entrecortada, deposité mi barra en la húmeda y caliente hendidura de placer pero aun sin penetrarla, balancee mis caderas hacia adelante y atrás, el glande de mi miembro asomó al frente entre sus carnosos labios mayores libres de vello púbico, la sensación fue magnífica. Me arrodille detrás de ella y separé sus nalgas con ambas manos, el paisaje que me brindó fue único, su reducida abertura anal lucia esplendida y rezumando de fluidos sus labios vulvares casi goteaban del abundante y delicioso líquido. Mi lengua fue hasta su esfínter hurgando en el lamiéndolo y tratando de penetrarlo, ella respondió con un largo y resonante gemido, arqueando su cintura y respingando aun mas su trasero, para mi deleite y mejor acceso a su magnífico desfiladero, la retuve por las caderas y prácticamente sumergí mi rostro en aquel pozo: Ella movió sus caderas de arriba abajo restregando en mi rostro su humedad, a pesar de estar consciente de cómo mis caricias influían en ella había algo adicional que incentivaban aun más su pasión, no lo sabía con certeza, pero eran años haciéndonos el amor. Me erguí rápido, apuntando con mi barra, encontré el conocido camino al placer, la penetré suave pero firme tomándola por las caderas, ella suspiró agradecida, su vaho mancho el cristal que nos separaba de la terraza exterior, al voltear a mi izquierda percibí una figura sentada en una banqueta que se destacaba debajo del farol, era nuestra vecina Deborah, que intentaba descifrar lo que ocurría detrás del cristal, desde mi perspectiva anterior ella estaba oculta por un seto, por eso no la había detectado. Mi entendimiento se aclaró, con que esa era la razón del comportamiento de mi mujer. Aquella visión de alguien viéndonos hacer el amor, me resultaba intensamente erótica y sensual. Tomé fuerte las caderas de Elena, enterrándole hasta lo profundo mi barra, y acercándome a su oído le dije – Mira Amor, Deborah nos está viendo -, ella era una de nuestras vecinas con quien teníamos más confianza, es de tez blanca, bajita, pero con un cuerpo todo curvilíneo, un culazo y piernas de espanto, creo que 36d en brassier, aun cuando pocas veces los usa, un manjar de mujer pues. Retuve por las caderas a Elena esperando su reacción, pues no tenía ninguna intención de separarme de allí, ella me contestó con una voz desconocida para mí y en un susurro – Si amor, tiene unos minutos allí, eso me tiene súper excitada, sigue por favor – continué mi ritmo. Ella atisbó, por un momento, a la derecha y luego a la izquierda, al notar que no había nadie más, en un alarde de desvergüenza, lentamente deslizó la puerta corrediza y se exhibió en su total desnudez, colocando sus manos a los lados del marco de la puerta y comenzó a mover cadenciosamente sus caderas, aun ensartada en mi carnosa barra, hacia presión hacia abajo ayudando con esto a que la penetración fuese más profunda. Recuperándome rápido de la audacia de Elena, mas por las ganas de exhibirnos y el morbo de la situación, que por otra cosa, detuve mis caderas y la deje hacer mientras mis manos se depositaron en sus bonitas tetas acariciándolas y trasladé mi mirada hasta donde estaba Deborah, en su rostro se dibujó una pícara sonrisa de complicidad y deseo, y acercándose un poco más a nosotros, abrió su blusa enseñándonos unos redondos y adorables cocos desnudos de brassier. Tal acción desató una serie de espasmos en Elena, que presintiendo su pronta venida y arqueando aun más su cintura se penetró hasta lo profundo, envarando luego su cuerpo ante un formidable y largo orgasmo. Desfallecida, apenas podía mantenerse en pie, reculamos ambos y la deposite de rodillas en el amplio sofá, separe sus nalgas para probar del excelente néctar, mi lengua recorrió el húmedo sendero de su culo al botón de placer, y luego la penetré, a penas bastaron unas pocas sacudidas para descargar mi semen en su espalda.
Después del episodio pensé que Elena evadiría hablar del mismo, pero me equivocaba, en más de una ocasión cuando hacíamos el amor, ella lo incluía en nuestras fantasías, haciéndome preguntas, como: ¿le vistes los cocos, son más grande que los míos verdad?, ¿te gustaría tenerlos para ti? o ¿Ella debe ser muy caliente?, ¿qué crees?-, en una ocasión cuando Elena me cabalgaba dándome la espalda y con sus manos apoyándose en mi pecho, le pregunte: ¿te gustaría que Deborah te lamiera mientras te cojo así?, no hubo respuesta oral, pero si gestual, pues ella comenzó a derramar fluidos como nunca y aumentaron sus gemidos y movimientos sobre mi barra, para alcanzar un magnifico orgasmo. En son de broma, después del reposo de los guerreros, le dije: -estas que te mueres por cogerte a Deborah o que ella te coja-, ella sonrió sin negarlo, contestándome con una pregunta ¿y tú?
A los pocos días de nuestra travesura, me encontré con Deborah en unos de los pasillos del conjunto residencial, llevaba un voluminoso bolso, ella juguetona y traviesa me saludo con un pícaro y seductor “hoooola”, acompañado de su radiante sonrisa. Deborah lucia una minifalda que le hacían gran favor a sus bien torneadas piernas y, no sé por qué no me extraño, la misma blusa blanca de la travesura, esto me hizo evocar la visión de sus hermosos senos libres y a la vista, mirándolos insistentemente, el caminito entre ellos prometía conducir al paraíso, le respondo –Hola vecina, ¿cómo te va?-, -¿esta Elena allí? me dice, – si vecina, está allí, pasa, yo voy al trabajo- , ella descarada escaneo el bulto de mi pantalón que había comenzado a hincharse y me contesta, – Lástima iba a enseñarles unos artículos, bueno Elena esta noche te los enseñará cuando regreses- se empinó y aplastó sus tetas, desnudas de brassier, contra mi pecho para luego darme un sonoro beso en la comisura de mi boca, y alejarse contoneándose, “esa mujer transpira puro erotismo”, me dije.
Ya en mi carro, camino al trabajo, la curiosidad me mataba: ¿Qué llevaba Deborah en el bolso? ¿Qué me insinuaba, con su gestualidad y picardía?, ¿Por qué no me quedé a ver?, aun sin contestar las preguntas y casi inadvertidamente enfilé mi auto de regreso a casa. Habían transcurrido unos treinta minutos de haber hablado con Deborah, cuando abrí la puerta de mi apartamento sin apenas hacer ruido, ¿Cuál era la razón de mi actitud?, no lo sabía, pero lo que si ocurría es que en el camino me imagine a Deborah y a mi mujer en decenas de posiciones eróticas mientras se hacían el amor, por lo tanto lo que quería era sorprenderlas, y eso me tenia empalado desde el momento en que noté que regresaba a casa, me di un apretujón al bulto de mi pantalón. El salón de estar estaba vació, atisbé a la terraza donde Elena y yo habíamos practicado el desnudo, vacía. Con paso sigiloso fui a nuestra habitación, la puerta estaba entrejunta, alcancé a escuchar voces, y a entender fragmentos de frases “… como me queda est…. O “… pásame a …”, . . Me dije: -que mal pensado eres-, se están midiendo ropas, por esa bobería regresé a casa a escondidas, mejor me pierdo antes que noten mi presencia- .
Me dirigí hacia la puerta principal para salir, una vez en ella me dije: echemos un vistazo antes, quizás pueda robarle y avistarle un desnudo a mi vecina, así que regresé y asomé mi rostro entre la puerta y el dintel, y allí estaban ambas, desnudas, y no se medían ropa. Elena estaba sentada en el lado izquierdo de la amplia cama y en el centro de la misma se disponían, mezclados, una serie de juguetes y artículos sexuales (consoladores, vibradores, dildos, anillos, cremas, preservativos etc.). Deborah, frente a Elena, en ese momento se ajustaba, en su cintura una sutil correa que se entrecruzaba con tiras del mismo material a los lados de sus glúteos desnudos y también por delante de su rapada fruta de amor, de donde pendía un falo artificial de unos 25 cm de longitud, una vez ajustado movió sus caderas haciéndolo oscilar de arriba abajo, mientras le decía a Elena, entre risas: -¿qué tal este, te gusta?-. Elena capturó el artefacto entre sus manos deslizándolas a todo lo largo. En ese momento el tiempo pareció detenerse para mi, se miraron, Deborah tomándola de la barbilla elevó su rostro, acercándolo al suyo, las sonrisas divertidas habían desaparecido, era erotismo simple lo que transpiraban sus actitudes y sus desnudos cuerpos, cada centímetro de piel, cada poro parecía rezumar pasión y entrega, Deborah era la dominante Elena su sumisa. Deborah cató y admiró aquel rostro y su torso adornado con los bonitos senos, Elena en un impulso tomó la iniciativa y cubrió totalmente aquella boca con la suya para fundirse en un beso lleno de pasión y dulzura, no se apuraban en las caricias, sus lenguas se enredaban seguramente en suaves cosquilleos o eran chupadas con delicadeza única. Luego Deborah le ofreció sus senos los cuales Elena tomó con ambas manos y apretujándolos suavemente antes de dirigir su fogosa boca para chuparlos y lamerlos, mientras se sentaba en el borde de la cama, una de sus manos abandonó aquellas delicadas texturas para bajar hasta la rasurada hendidura, su dedo medio, como si conociese el camino con anterioridad, se adentró en ella palpando su superficie y ahogándose en la humedad que casi le corría por las piernas y luego fue directo al delicado botón, Deborah, a la caricia, emitió un largo gemido echando la cabeza atrás, separando y arqueando aun mas sus piernas, el miembro artificial se depositó entre los senos de Elena, ella, con natural sensualidad, separó su boca de los promontorios de su vecina y la poso en el glande artificial, presionó ligeramente con sus labios haciéndolo penetrar en ella. Luego comenzó a chupar.
Yo detrás de la puerta, mecánicamente desabroché mi pantalón y baje mi bóxer para liberar mi aprisionado y duro miembro, y comencé a acariciármelo, ver a Deborah (desnuda y armada de un artefacto) y a mi mujer (desnuda) pajeando a ésta y respondiendo con tal pasión y entrega me tenía mi libido a millón. Era único ver sus bonitos cuerpos ejecutando danza tan erótica. Allí estaba yo fisgoneando a mi mujer y a mi vecina, con mi pantalón y bóxer entre mis pies y mi barra caliente y erguida como nunca.
Deborah de pie la vio hacer, pero sin dejar de mover sus caderas, pues su ardiente hendidura y vagina aun seguía siendo acariciada. Sus gestos presagiaban que si Elena seguía acariciando no tardaría en orgasmear, en este momento parecía no importarle lo que hacían ella y su vecina, solo se dejaba llevar por las sensaciones. Desde aquella vez que vio como Elena era cogida en la terraza, le resultaba extremadamente excitante la posibilidad de practicar sexo con ella y de qué manera lo estaban haciendo. Ella había chupado y lamido sus senos como nadie, le acariciaba y penetraba con sus dedos su sexo rebosante de humedad y ahora ver cómo se comía aquel miembro artificial que ella portaba incidían tanto sobre su morbo que era cuestión de segundos orgasmear. Pero aun no, antes quería llevar a la realidad lo soñado con tanta intensidad tres noches atrás, y que le produjo tanto placer y morbo, que la hizo despertarse sudorosa, gimiendo y tan húmeda que pensó que le había llegado el periodo y que para calmar la calentura, casi se sentó en el rostro de Luis, su pareja, y terminar en un orgasmo único, imaginando que era Elena la protagonista de la espectacular lamida. Sí, ella quería que Elena la lamiese, al verla lamiendo la verga artificial e imaginarla haciendo lo mismo con su coño le produjo un repentino erizamiento. Decidida tomó aquel rostro entre sus manos separándolo del señor artificial y le depositó un dominante beso en la boca, mientras introducía su lengua en ella y pellizcaba sus duros y erguidos pezones. Elena en respuesta la penetró ahora con dos de sus dedos y aun más profundo. Deborah, tenía que apartarla de no ser así irremisiblemente le sobrevendría un definitivo orgasmo, y cuyos síntomas previos lo hacían vislumbraban como espectacular, pero ella quería sentir aquella lengua en su fruta de amor. A duras penas la apartó y la empujo suavemente hacia el lecho, Elena apoyada en sus antebrazos la miró, su mano derecha rezumaba con sus fluidos, dos de aquellos dedos que la habían penetrado fueron a su boca y los chupó con rostro delirante de morbo, el gestó influyó en tal grado en Deborah que presurosa la hizo acostar y se montó en su rostro colocando su acalorada fruta en la ansiada boca, mientras que su mano derecha elevaba el artefacto artificial para facilitar la lamida. Elena la apresó por las caderas y lamio aquel caliente y húmedo desfiladero, por las expresiones ambas lo deseaban no había duda. Desde arriba Deborah miraba aquel rostro que mantenía los ojos fijos en ella, bastaron escasos segundos para que Deborah se vaciara en el rostro de Elena, su cuerpo se puso rígido, para después como electrizado, vibrar poseído de un magnífico orgasmo, sus gemidos entrecortados por dejar de llevar aire a sus pulmones llenaron la habitación. Aun ensimismada en su placer se echo hacia adelante y apoyándose en sus antebrazos dejó su hendidura en el rostro de Elena, y estuvo unos segundos en esa posición mientras que su vecina terminaba de tomar de sus jugos, luego, como marcando el territorio con su olor, se dejó resbalar suavemente a todo lo largo del cuerpo de Elena, presionando su pelvis. Le dijo algo en susurros que apenas alcancé a oír: -“te recompensare, te recompensaré”- dijo. La besó sutilmente en el cuello, Elena respondía con gemidos y espasmos de su cuerpo, llego hasta los senos los cuales chupo, mordió y lamió regocijada de cómo ella aprobaba cada una de las caricias. Se arrodillo entre sus piernas la barra artificial se bamboleo ante sus movimientos, Elena recogió sus piernas, Deborah colocó ambas manos en sus rodillas y las separó aun más, la hermosa y desnuda fruta de Elena se mostro para nuestros ojos, lucia sus labios hinchados y enrojecidos por la excitación, su humedad era notable, los dedos de Deborah fueron hasta ellos y con suma delicadeza acaricio a todo lo largo aquel placer, luego bajó su boca y chupó y probó del magnífico néctar y lo aceptó con regocijo y deleite, Elena arqueo su cintura ante la caricia –que esperas- le dijo, mientras insinuantemente miraba al señor goma moverse.
Yo estaba ahora totalmente desnudo, el cuadro que me pintaban las dos mujeres me tenia extasiado, quería formar parte de aquel equipo y había asomado, sin darme cuenta, la mitad de mi cuerpo en aquella habitación, pero al mismo tiempo no quería interrumpir lo que se veía venir. Admire el hermoso y compacto cuerpo de Deborah en aquella posición era un verdadero espectáculo. Su rostro estaba pegado a la hendidura de placer de mi mujer mientras su lengua discurría traviesa, su cintura ligeramente arqueada, piernas separadas y su trasero expuesto al aire, paradito, sumado a ello el inverosímil porte de la barra de goma. Elena proyectaba y movía sus caderas, se apretaba y acariciaba los senos y en ocasiones apresaba con sus manos la cabeza de nuestra vecina gimiendo. Conociéndola estaba a punto de alcanzar un orgasmo.
Deborah, mujer al fin pareció intuirlo, y se separó a duras penas de la ricura que lamía, ya era hora de penetrarla, se irguió, separó a un mas las piernas y tomando al Sr. goma con su mano derecha e hizo pasar el glande artificial a lo largo de aquel volcán de placer, a ello respondió Elena separando con ambas manos sus labios vaginales. Deborah, sin perder detalle de lo que esta hacia, la penetró con un suave pero firme movimiento. Elena a la penetración emitió una ronca expresión de gozo jamás escuchada por mi, y que seguramente transcendió el espacio de la habitación donde estábamos, Deborah apoyo sus manos en la cama a los lados de la cabeza de Elena y comenzó un mete y saca, con tal maestría como si siempre hubiese tenido uno de esos colgando entre sus piernas. Sus rostros se juntaron sin tocarse uno frente al otro, mirándose intensamente, pero sin dejar ambas de mover sus caderas. Fue allí cuando se fijaron en mí, que estaba casi a su lado, que amasaba mi barra de arriba abajo gozando de su espectáculo. ¿Separarse por mi presencia?, no lo hicieron, así como no lo hubiese logrado un terremoto de escala 8, se me quedaron viendo fijamente, eso sí sin dejar de mover aun que con menos intensidad. Yo solo les dije: -sigan por favor-, y me coloque detrás de Deborah separé sus nalgas e introduje mi caliente verga en su igual de caliente vagina, apresé luego sus caderas con mis manos, y así, la que proveía era también poseída, a los pocos segundos un largo y explosivo orgasmo nos brindó Elena. Deborah y yo en una sincronizada danza, alternando mis agarres en sus caderas o en su cabellera sosteniéndola fuerte, nos tardamos unos minutos más en obtener los nuestros y no sé si otro a Elena o era el mismo inicial que fue de larga duración. Exhaustos nos derrumbamos Deborah y yo escoltando y abrazando el sudoroso cuerpo de Elena